Todo lo que se pinta del natural tiene siempre una fuerza que no se encuentra en el taller, decía Monet, quien en contraste con sus tranquilos parajes fue el activo líder de los impresionistas.
En 1883 el artista
decidió establecerse en Giverny. En el transcurso de 1889 organizó un concurso para que el Louvre adquiriera Olympia de Manet, y presentó una retrospectiva de su producción en la Galería Georges Petit, al lado de Rodin,
con la que se apuntalaría en el medio artístico para ser reconocido también por el Estado. Unos pocos kilómetros al sur de Giverny, Monet pintó este paisaje, en donde el cerro de Port-Villez se levanta sobre unas pequeñas
islas; es una de las siete obras que refiere en una carta a Durand-Ruel en noviembre de 1883. Destacan el agua del Sena y las vibraciones de la hierba en el primer plano, que dejan atrás el caserío.
El pintor
ofrece una vista que no se reduce al motivo: Adquiero tal lentitud al trabajar –diría en el otoño de 1890– que me desespera, pero cuanto más lo hago más veo que me hace falta trabajar mucho para encontrar lo que quiero:
lo instantáneo, sobre todo la envoltura, la misma luz derramada por todas partes. La envoltura fue un concepto con el que representaba la naturaleza en sus lienzos, como transposiciones pictóricas […] de las que extrae
su valor emotivo y poético, de acuerdo con Gérard-Georges Lemaire, y que en opinión de Émile Zola los volvía auténticos, sin fastidiosas transparencias, sin reflejos mentirosos. La obra fue adquirida directamente del
artista por la célebre galería de Durand-Ruel, quien la expuso en 1911, tanto en París como en Nueva York.
